Ahí estaba. En la parada de buses dispuesto a tomar el
colectivo hacia mi trabajo. Bajo el brazo un libro de buen tamaño me
acompañaba. ‘Carpe diem’ me dije. EL
bus se acercó. Subí, miré a todos lados buscando un buen asiento. Nada. ‘Hoy ni modo’. Ahí iba de pie en el
autobús con un conductor con síntomas de suicida. La gente me empezó a ver de
pies a cabeza. Yo era un desorden completo. Una camisa holgada, jeans y tenis
de los cuales uno tenía un hoyo que se notaba a mil kilómetros de distancia,
quizás, pensé, tenía pinta de drogadicto regenerado (¿les mencioné el pelo
largo y alborotado?) De pronto la ventana se iluminó, un rayo de luz me cubrió
completamente y pues Siddhartha al momento de su iluminación no era nada.
Empecé a hablar, de la existencia del ser y sus crisis existenciales, de la
etiología del sufrimiento humano, la visión ontológica del ser humano, de la
salvación del ser a través de la aniquilación del ego y por qué siempre que se
nos cae una rebanada de pan con mantequilla cae del lado de la mantequilla.
Todos empezaron a escucharme a juntarse rededor mío, me escuchaban como un
verdadero profeta. ‘No dejen que le
tiempo los posea, ustedes posean al tiempo; no dejen que nada los angustie;
sigan sus sueños y no dejen que nada los detenga’. Todos los pasajeros me
miraban alelados, casi de rodillas, cuando de pronto: ‘¡Vaya los del centro!’ ‘Aquí
me quedo señores y señoras, gracias por su atención, pero voy tarde para el
trabajo, me come el tiempo y tengo demasiado trabajo pendiente’.
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