A veces sueño que no sueño nada. Esto es extraño, pues
siempre me he considerado un onironauta, es una pasión desbordante por navegar
en medio de esas olas de colores y figuras misteriosas. A veces creo poder
sentir claramente algún beso furtivo de algún amor que nunca conoceré. Otras,
sueño que me persiguen y me canso y me caigo y me levanto y me desespero y de
pronto despierto. Pero una vez, soñé que dormía, apacible en mi cama. Morfeo
quizás había depositado grandes cantidades de polvo de sueño. Pero me veía a mí
mismo dormido pero a su vez era consciente del yo en esa cama. Veía como sentía
mi propia presencia en la habitación como un doppelganger que no sabía reconocer. Buscaba entre mis ropas que de
pronto se habían metamorfoseado en grandes ramas de árboles con muchas hojas
algún resquicio por donde poder verme. Me perseguía pues, a veces en la
montaña, a veces en el mar. Pero siempre huía de mí, estaba en continua carrera
contra mi yo. Finalmente agotado me desperté, me bañé, cambié y salí a dar un paseo.
Encendí un cigarrillo, la mañana había amanecido helada y el abrigo que usaba
no me daba tanto calor como desearía. De pronto una figura me perseguía, oscura
y no lograba distinguirla por el rabillo de mi ojo. Empecé a caminar más y más
rápido, de manera que en pocos instantes me encontré corriendo. Pero la figura
me perseguía como mi propia sombra. Volví mi rostro para encontrarme conmigo
mismo. Desperté. O quizás volví a dormir.
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